Con pasos lentos y vacilantes subimos el primer
tramo de escalera, preguntándonos qué es lo que nos espera en la quinta planta.
Sabemos todo lo necesario sobre Luciano Repechaero, tenemos todos los datos
sobre él y podríamos escribir el artículo sin necesidad de verlo, pero hay
cosas que el mundo debe saber, hay cosas que la gente merece conocer de primera
mano… y además nos ha invitado a café gratis, pero vamos, café de verdad, no el
agua con colorante que le doy a los becarios.
Cuando llegamos al segundo tramo de escalera,
tomamos un pequeño descanso, y continuamos.
En el tercer tramo de escalera los sherpas se
burlan de nosotros, por lo que los mandamos a sus casas, mientras que cogemos
el equipo (una bolsa de los chinos con una libreta y un boli) y alzamos la
vista hacia la escalera.
El flato nos impide seguir, subimos al ascensor.
Sabemos que es sano usar las escaleras, pero dios sabe que los pisos muy altos
son enemigos naturales de los gordos.
Cuando llegamos al quinto piso, Luciano nos espera
ante su casa, con la puerta abierta. Es tal y como dice en su anuncio: feo de
cojones.
Y es que Luciano ha innovado de forma
impresionante, ha hecho lo que muchos no son capaces de hacer, capeando la
crisis de manera sorprendente. Luciano es stripper inverso.
—Pues sí, soy stripper inverso, llevo ya tres meses
dedicándome a esto, y la verdad es que me está yendo bastante bien. He podido
pagarme el coche y, en el próximo año, confío en poder liquidar la hipoteca de
mi casa, y es que ser el único stripper inverso del mundo, hace que tenga mucho
trabajo —nos explica.
Pero es un término extraño, pues la mayor parte de
la gente desconoce su significado,
enarca las cejas, como si esperasen una explicación, pero sin pedirla.
Al tiempo que Luciano nos sirve el café (primero a
mí, y luego a los becarios), tenemos ocasión de comprobar que el piso demuestra
el estatus elevado de nuestro anfitrión. Luciano tiene muebles caros, smart tv
con 3D y una PS4 nuevecita. No podemos evitar sentir envidia de él, y la idea
de atarlo y sacarle a golpes la ubicación de todo su efectivo, me asalta con
fuerza.
—¿Qué es eso de stripper inverso? —pregunto,
sacudiendo la cabeza para alejar las imágenes del robo.
A modo de respuesta, Luciano nos sonríe.
—También yo era así hace unos meses, no sabía nada
del mundo, no estaba a la última. Yo me dedicaba a la construcción, ¿sabe
usted?, pero con la mierda esta de la crisis, me quedé en el paro. Mi mujer me
dejó, se llevó con ella a los niños y mi recopilatorio de los Estopa, pasé por
una época muy mala, estuve a punto de suicidarme, incluso llegué a saltar desde
el balcón, pero por aquél entonces yo vivía en un bajo, así que lo único que
murió fue mi orgullo, cuando los vecinos me vieron.
Fue un día duro para Luciano, según nos cuenta. Nos
relata un poco cómo ha sido su vida, pero yo no consigo comprender lo que dice.
Me limito a mirarlo fijamente y asentir de vez en cuando, contemplando con
atención cómo se le mueve la papada cuando habla, es hipnótica.
Cuando deja de hablar salgo del trance, y paso a
preguntarle por su empleo actual.
—Muy bien todo, pero lo que yo, y todos los
lectores queremos saber, es qué es eso de stripper inverso.
—Pues verá, como le dije, cuando me quedé en el
paro, pasé por una mala racha.
Su papada se mueve, las palabras pierden fuerza en
mis oídos, por lo que aparto la mirada, sin dejar de instar a Luciano a que
hable de lo que nos interesa, y deje de contarnos su vida.
—Pues mire, lo que yo hago es llegar a una fiesta
completamente desnudo, pero así, sin nada, y al ritmo de la música me voy
vistiendo despacio. Cuanta más ropa me pongo, más se calientan mis clientes.
Por lo general son mujeres que buscan algo nuevo, pero alguna que otra vez me
han llamado para una fiesta de hombres acomplejados que, al verme en pelotas,
se sienten mucho mejor.
Imaginar al repugnante representante de la raza
humana que tenemos delante sin nada de ropa, hace que uno de los becarios
vomite el café sobre la mesilla. Luciano, como persona acostumbrada a la
reacción, limpia el estropicio con gran habilidad.
—¿Y tiene negocio con eso? —le pregunto,
sorprendido.
—Bueno que si tengo. ¿Ha visto usted el ferrari que
hay aparcado en la calle, delante del edificio? —asiento, pensando en el
impresionante deportivo que, con premeditación y envidia, rayé antes de
entrar—. Pues es de mi vecino, el Paco, el cabrón tiene el dinero por cruz. El
mío es el Audi que hay aparcado detrás, que es muy buen coche también. Pues me
lo he comprado con los dineros que me he sacado de este trabajo, aparte de
cuatro euros que me encontré el jueves, yendo a un garito.
Asiento, recordando el Audi azul que, con
premeditación y envida, al igual que la mayor parte de los coches de la calle,
he rayado con mis llaves momentos antes.
Si lo he entendido bien, a Luciano le pagan para que
llegue desnudo a las fiestas y, lentamente, se vaya cubriendo. Deduzco el
placer que debe sentir la gente cuando semejante criatura, que parece fugada de
alguna película de mutantes con mucho pelo, empieza a vestirse.
—¿Y cómo se le ocurre a uno semejante idea?
—pregunto, interesado en el oficio.
—Pues la verdad es que tiene su historia, estaba yo
en el baño por la mañana, me saco la chorra para mear y, en ese momento en que
la mente todavía está lejos, sin la carga de los pensamientos racionales, un pensamiento,
un único retazo de lógica que mi mente consciente reprimía, llegó hasta mí: Por
dios, qué cosa más asquerosa —me estremezco al escuchar las palabras de
Luciano, evitando imaginar la escena. El becario dos (no les pongo nombres, así
no me encariño con ellos) vomita también, manchando mi taza, pero no dejo de
beber. Es gratis, no hay que desperdiciar lo que es gratis—. Después, me volví
hacia el lavabo y pude ver mi reflejo en el espejo, y claro, el pensamiento fue
de repulsión y asco absoluto. A medida que iba despertando, empecé a pensar en
cómo aprovechar todo eso que tenía.
—¿Cómo decidió cobrar por vestirse? —le pregunto.
—Yo tengo mis aficiones, ¿sabe usted? Hay gente que
hace puzles, gente que juega al ordenador, y luego estoy yo, que me gusta
ponerme una gabardina, un sombrero, irme al parque a dar de comer a las palomas
y, cuando pasa alguna moza de buen ver, levantarme, abrir la gabardina, y
enseñarle a todo el mundo lo chula que es mi camiseta, pero esa mañana no me
había vestido y claro, la mujer, al borde del soponcio, me dijo que me daba
cien euros si me tapaba. Entre una cosa y la otra, pues me salió la idea, y
aquí estoy. Me ofrezco para despedidas de soltera, de soltero, bodas, bautizos,
fiestas de empresa, reuniones de suicidas… para todo en general.
Sorprendidos por todo lo escuchado, terminamos la
crónica, y vemos cómo Luciano mira el reloj.
—Es que tengo un espectáculo en media hora, ¿sabe
usted?
Dejamos el piso, esta vez bajamos directamente por
el ascensor, descompuestos por lo que hemos visto y oído. El aire fresco nos
saluda al llegar a la calle, recibiéndonos pálidos y temblorosos. Me quito las
gafas para limpiar el vómito en el chaleco del becario número uno, cuando el
otro murmura.
—Joder, qué cosa más asquerosa tiene que ser verle
la chorra a ese tío.
Incapaces de controlarlo, los dos vomitan sobre el
asfalto, pero yo no. Mi estómago se revuelve, pero me niego. Me he tomado un
café gratis, y me he comido también dos pastas que no he pagado. Santa Rita
Rita…
Seguiremos informando.
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