Un caso que nos demuestra el peligro al que se enfrentan cada
día.
“Mi Manolo las crisis las ha llevado siempre, muy mal”.
Superhéroes, esas criaturas a las que les pica una araña, un gato o un
caracol y, de pronto, empiezan a tejer telas (pero no como las abuelas, sino
con un gesto…, pero no como las abuelas), empiezan a corretear por la oscuridad
y los tejados o, de pronto, empiezan a babear y salir después de llover para
mordisquear los tallos tiernos y verdes.
Estos seres casi divinos nacidos de la imaginación de autores, llevados
al cine y famosos por sus productos, no son reales, no son personas de verdad
que tienen que pagar facturas y llevar pan a sus casas para que sus churumbeles
puedan comer. Pero Manolo Alféizar, sí era un hombre de verdad.
Hombre entregado a su familia, entrando ya en los cuarenta años, con
una alopecia que empezaba a ganarle terreno a su pelo y los efectos de fines de
semanas de futbol y cerveza, patentes en un estómago amplio y peludo. Así es
como lo recuerdan sus vecinos, como un hombre amable que trabajaba en la
construcción hasta que estalló la burbuja y se quedó en el paro, con una mujer,
dos hijos y un amigo que mantener.
“Mi Manolo las crisis siempre las ha llevado muy mal, y claro, la
crisis de los cuarenta, no iba a ser menos” nos explica su esposa, desolada.
“El problema de estos jóvenes de hoy día es que tienen demasiada tele
y demasiadas pamplinas, yo la crisis de los cuarenta me la pasé en Ibiza,
persiguiendo alemanas como un loco, como tiene que ser” explica el suegro de
Manolo.
Y es que Manolo empezó a tener una segunda vida cuando, haciendo un
apaño en casa de un amigo “que seguro que cobraba en negro, como si lo viera”
según palabras de Rajoy, se pellizcó en la mano entre dos adoquines.
“Interceptó la señal de la policía”.
“Se volvió hacia mí y me dijo: Tío, me ha mordido un adoquín, a ver si
ahora me pasa algo como al espiderman ese. Aunque a mí me extrañaría, porque ni
hay centrales nucelares de esas por aquí, ni los adoquines parecían radioastivo
de esos”, nos cuenta Epigastrio, quien estaba con Manolo durante su pequeño
accidente. También fue Epigastrio quien aceptó tomar el papel de aliado de
Manolo cuando, decidido a hacer algo con su vida, tomó el nombre de Hombre
Adoquín. “Pues sí, se puso unas mallas grises de lo más hortera que no le
favorecían en nada, y me dijo que él ya no era humano, que ahora su cuerpo era
duro como un adoquín, y que podía luchar contra el mal porque las balas no le
hacían efecto”.
Las cosas no iban nada mal para el Hombre Adoquín hasta que descubrió
por la señal de la policía que unos vándalos se estaban dando de leches en la
vía pública. “No tiene misterio ninguno, el cabo de la policía estaba
gritándolo en la puerta de la comisaría” nos relata Epigastrio.
Según todos los testigos y el atestado policial, “Un tipo vestido de
manera ridícula se plantó en medio de los jóvenes, y les gritó que ahora él
protegía a las buenas personas de los vándalos. Cuando uno de ellos sacó una
pistola, aseguró que las balas no le afectaban, por lo que dejaron el arma a un
lado y se fueron hacia él”.
No hay prueba alguna de que el Hombre Adoquín fuese invulnerable a las
balas, sin embargo tenemos la certeza de que, en el momento en el que doce
tipos furiosos se lanzaron sobre él armados con palos y piedras, no era
invulnerable a dichos elementos.
“Todavía estamos intentando separarle el cogote del esternón, pero
creemos que podría sobrevivir. Nos ha costado un buen rato entender qué era lo
que pasaba al pobre hombre, sobre todo porque con el tema de los recortes”.
Las informaciones dicen que, tras varias horas en la sala de espera, donde un médico insistió en que lo que tenía, “era mucho cuento”, fue atendido más o menos bien.
Desde la redacción informamos que este héroe callejero sigue en estado
grave, más muerto que vivo, pero un tic de su brazo indicó a los médicos que se
alegró de saber que, aunque él ha quedado mal, “las barras de hierro con las
que le golpearon, han quedado peor”.
Seguiremos informando.
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